Ciento cincuenta millones de años o la nueva
muestra de Francis Naranjo reflexionando sobre la ancestralidad del mundo que una
vez no tuvo confines humanos.
Conchetumare. Este es el título del vídeo
que se puede contemplar dentro del proyecto artístico Ciento cincuenta millones de años, cuya exposición se realiza en
Interdesing bajo el amparo de serArte en la capital Santiago de Chile a partir
del 14 de noviembre de 2018. La elección de esta palabra malsonante no resulta
baladí, ya que simboliza a la perfección la idea de sus creadores: Francis
Naranjo y Dionisio Cañas. Conchetumare o la concha de tu madre remite a la
aparente infinitud de esos cientos de millones de años, sumergiendo al público
en el útero de la ancestral Madre Tierra y eliminando el carácter grosero de la
palabra chilena. Cuando una persona decide utilizar la expresión conchetumare
no recuerda el significado real de lo que está diciendo ni tampoco reflexiona
sobre el valor que tiene la vulva, pues se trata del único elemento dador de vida.
Jugando con esta noción nace el vídeo del proyecto, donde la concha de tu madre
es representada como el desierto de Atacama, ya que en tiempos remotos resultó
el vientre de muchas criaturas marinas. Y en fechas más cercanas debió gozar de
lagos dulces que nutrieron a la población humana de la zona. Aunque hoy parezca
inapetente, el desierto de Atacama fue el lecho vital una vez primoroso.
Actualmente está extinto; se trata del desierto más árido del planeta. De ahí
la bandera negra del filme porque detenta un carácter de luto, sugiriendo fronteras,
patrias y personas desaparecidas. La enseña se ondea al ritmo de la voz en off
del poeta Dionisio Cañas. De este modo, suena una melodía cercana al poema fonético
Karawane del dadaísta Hugo Ball. Sonidos acústicos, graves y arcanos sin un
lenguaje entendible porque aluden a la anciana Tierra. Una voz que podría ser
la de los hombres y las mujeres prehistóricas, cuya cultura ágrafa convierte su
idioma en indescifrable. Pero también puede representar el gruñido de las
criaturas marinas del Jurásico ahora silenciadas con la sentencia de la
sequedad permanente. Conchetumare es
la filmación que culmina la obra Ciento
cincuenta millones de años de Francis Naranjo, siendo precedida por fotografías
de la pampa cuyas carreteras dictaminan el frenético
progreso de los seres humanos. También se exhiben vitrinas con minerales formados
en el periodo Jurásico como la pirita, calcopirita y la fluorita. La mayor
parte de ellos han sido extraídos de América del Sur, particularmente de
Atacama; el desierto protagonista. Son testigos de lo sempiterno, productos de
la Madre Tierra en forma de valiosos minerales que son albergados por las
tierras más yermas. Sin embargo, también se recogen ejemplos de Islandia, Noruega,
España, China, Bolivia y Perú; junto a Chile agrupan grosso modo cuatro puntos cardinales capaces de enarbolar un Atlas de la periferia. Todos estos
países son irreales en calidad de invenciones de la cultura humana. Los altos
estratos de las sociedades Homo sapiens
se basan en criterios históricos, ideológicos y políticos para delimitar la
periferia o límite cambiante de las naciones sin que el pueblo pueda opinar o
decidir sus propios estancamientos y modificaciones. No obstante, los minerales
que expone Naranjo conciernen a lugares tan diversos que las fronteras se
diluyen, pues el Jurásico es la progenitora de todos estos elementos geológicos.
Significa que en dichos tiempos arcanos la pirita y el cuarzo se hallaron en la
geografía de todo el Atlas. Es más,
ni siquiera los continentes estaban fragmentados para crear nuestro mapamundi actual
de cinco o siete continentes (según la fuente), siendo Gondwana y Laurasia las
únicas dos posibles clasificaciones del conjunto llamado Tierra. Los minerales
se apegaron a las vastas superficies de las mudables placas tectónicas y es
como hoy día se dispersan alrededor del globo. Pero ya nunca será lo mismo que
un mineral se encuentre en Chile que en España o China, pues la población se apropia
del hallazgo sin tener en cuenta que por su senectud se halla en muchas otras partes
del mundo. De esta manera, se puede parangonar con el nacimiento de una persona
peruana de ascendencia española. Así, parece irrelevante que su viejo linaje la
vincule a gentes repartidas mínimamente a lo largo de Iberoamérica, tal y como
si fuera una mera y sólida pertenencia gubernamental. Es lo mismo que reducir al
bebé a una nacionalidad cerrada y que niega toda posibilidad transfronteriza. Todo
este rico panorama que rechaza la habitual constricción estatal culmina con una
roca sin clasificar, datada en ciento cincuenta millones de años. Un pedrusco chileno
descubierto en Antofagasta, impenetrable, sobre todo porque no se ha pretendido
su alteración. Un pedazo de territorio que esconde un misterio: un fósil en su
interior que no va a ser revelado. En definitiva se convierte en ser ignoto,
dejado así a propósito, pues resulta injusto que el vestigio también sea
categorizado bajo la imaginaria creación política de Antofagasta. Es y será un
hijo o hija de la Madre Tierra sin explorar, sin bautizarse ni encasillarse por
la humanidad.