Bajo la Curaduría de Francis Naranjo y Eduardo Caballero se presenta la exposición colectiva internacional Unidad Mínima.
Cada obra nace de un impulso primario, de un punto de partida esencial que define su existencia. La unidad mínima es el germen, la célula fundacional de toda forma, la partícula indivisible que sostiene el todo. En esta exposición colectiva, diferentes artistas exploran los límites de lo esencial, despojándose de lo superfluo para revelar la estructura fundamental de sus lenguajes.
La unidad mínima es, a la vez, origen y frontera. Es el trazo que da inicio al dibujo, la palabra que condensa un pensamiento. En el arte, como en la naturaleza, todo se compone de fragmentos, de elementos básicos que, al reunirse, generan armonía, contraste, ritmo, tensión. Aquí, cada pieza es una indagación en esa estructura primaria que subyace a la creación: la mínima expresión que aún conserva su identidad, el límite exacto antes de la disolución.
En un mundo saturado de información y estímulos, la búsqueda de lo esencial se vuelve un acto de resistencia. Reducir, simplificar, volver a lo mínimo no implica renunciar a la complejidad, sino encontrarla en su estado más puro. Los artistas reunidos en esta muestra trabajan desde distintos formatos y materiales, pero todos comparten la misma inquietud: ¿qué es lo indispensable en la obra? ¿Hasta dónde puede descomponerse una idea sin que pierda su significado? ¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a lo mínimo, sin adornos, sin distracciones?
Cada pieza expuesta propone una incertidumbre a estas preguntas. Pero la unidad mínima no es un destino final, sino un punto de tensión. Es el equilibrio precario entre lo dicho y lo callado, entre lo visible y lo latente. Cada artista aquí presente ha despojado su lenguaje hasta el hueso, hasta ese umbral donde la obra podría reducirse a la nada o volverse infinita. En este ejercicio de reducción, lo mínimo se convierte en un campo de posibilidades, en un espacio donde la ausencia cobra presencia y donde lo esencial revela su potencia contenida, abriéndose como una puerta silenciosa hacia nuevas formas de percepción.
Esta exposición es un recorrido por esa paradoja: la de encontrar lo infinito en lo mínimo, la de reducir para expandir.
Cada obra nace de un impulso primario, de un punto de partida esencial que define su existencia. La unidad mínima es el germen, la célula fundacional de toda forma, la partícula indivisible que sostiene el todo. En esta exposición colectiva, diferentes artistas exploran los límites de lo esencial, despojándose de lo superfluo para revelar la estructura fundamental de sus lenguajes.
La unidad mínima es, a la vez, origen y frontera. Es el trazo que da inicio al dibujo, la palabra que condensa un pensamiento. En el arte, como en la naturaleza, todo se compone de fragmentos, de elementos básicos que, al reunirse, generan armonía, contraste, ritmo, tensión. Aquí, cada pieza es una indagación en esa estructura primaria que subyace a la creación: la mínima expresión que aún conserva su identidad, el límite exacto antes de la disolución.
En un mundo saturado de información y estímulos, la búsqueda de lo esencial se vuelve un acto de resistencia. Reducir, simplificar, volver a lo mínimo no implica renunciar a la complejidad, sino encontrarla en su estado más puro. Los artistas reunidos en esta muestra trabajan desde distintos formatos y materiales, pero todos comparten la misma inquietud: ¿qué es lo indispensable en la obra? ¿Hasta dónde puede descomponerse una idea sin que pierda su significado? ¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a lo mínimo, sin adornos, sin distracciones?
Cada pieza expuesta propone una incertidumbre a estas preguntas. Pero la unidad mínima no es un destino final, sino un punto de tensión. Es el equilibrio precario entre lo dicho y lo callado, entre lo visible y lo latente. Cada artista aquí presente ha despojado su lenguaje hasta el hueso, hasta ese umbral donde la obra podría reducirse a la nada o volverse infinita. En este ejercicio de reducción, lo mínimo se convierte en un campo de posibilidades, en un espacio donde la ausencia cobra presencia y donde lo esencial revela su potencia contenida, abriéndose como una puerta silenciosa hacia nuevas formas de percepción.
Esta exposición es un recorrido por esa paradoja: la de encontrar lo infinito en lo mínimo, la de reducir para expandir.
Francis Naranjo presenta en el marco de la exposición colectiva "Unidad Mínima" la obra "HISTORIAS MÍNIMAS", se presenta como un díptico de pequeño formato que interpela al espectador desde la tensión entre dos polos existenciales. A través de la yuxtaposición de una imagen de un grillete y el prospecto de un medicamento a base de morfina, la pieza traza un recorrido visual y conceptual por los límites de la vida, el control y la muerte.
El grillete, símbolo universal de la coerción, la restricción y la represión, alude a un estado de sometimiento, ya sea físico, social o psicológico. Su materialidad evoca la dureza del metal, la intransigencia de una estructura que aprisiona, que marca la piel y la historia de quienes lo han portado. En esta primera parte de la obra, la representación del grillete funciona como una metáfora de las cadenas impuestas, del control ejercido por fuerzas externas o internas que limitan el movimiento y la libertad del individuo.
Por otro lado, la segunda parte del díptico introduce un elemento radicalmente distinto pero igualmente opresivo: el prospecto de la morfina. Este medicamento, asociado históricamente con el alivio del dolor extremo, aparece aquí como el signo de un tránsito final. Su presencia remite a la enfermedad, a la fragilidad del cuerpo ya la inminencia de la muerte, pero también a la posibilidad de un alivio que, paradójicamente, conlleva la pérdida de la conciencia y la disolución del yo. La morfina, con su capacidad de adormecer, de borrar la sensación de sufrimiento, se erige como un símbolo ambivalente: es refugio y condena, es descanso y despedida.
La tensión entre estos dos elementos, aparentemente inconexos, genera un diálogo inquietante en el que la existencia se debate entre la sumisión y la disolución, entre la resistencia y la entrega. "HISTORIAS MÍNIMAS" nos obliga a reflexionar sobre los espacios intermedios en los que la vida deambula, atrapada entre la imposición de fuerzas externas y la fragilidad de su propia naturaleza. La elección del formato pequeño refuerza la idea de lo íntimo, de lo personal, como si cada historia contenida en este díptico fuera de una narración breve pero intensa sobre la condición humana.
En el contexto de la exposición "Unidad Mínima", esta obra resulta como una exploración del límite mismo de la existencia, de esos puntos en los que la vida se pliega sobre sí misma y se enfrenta a sus propias contradicciones. ¿Dónde se encuentra la verdadera libertad? ¿En la resistencia al control o en la entrega a la disolución? "HISTORIAS MÍNIMAS" no ofrece respuestas, pero plantea preguntas urgentes y universales que resuenan en la memoria y en la experiencia de cada espectador.
El grillete, símbolo universal de la coerción, la restricción y la represión, alude a un estado de sometimiento, ya sea físico, social o psicológico. Su materialidad evoca la dureza del metal, la intransigencia de una estructura que aprisiona, que marca la piel y la historia de quienes lo han portado. En esta primera parte de la obra, la representación del grillete funciona como una metáfora de las cadenas impuestas, del control ejercido por fuerzas externas o internas que limitan el movimiento y la libertad del individuo.
Por otro lado, la segunda parte del díptico introduce un elemento radicalmente distinto pero igualmente opresivo: el prospecto de la morfina. Este medicamento, asociado históricamente con el alivio del dolor extremo, aparece aquí como el signo de un tránsito final. Su presencia remite a la enfermedad, a la fragilidad del cuerpo ya la inminencia de la muerte, pero también a la posibilidad de un alivio que, paradójicamente, conlleva la pérdida de la conciencia y la disolución del yo. La morfina, con su capacidad de adormecer, de borrar la sensación de sufrimiento, se erige como un símbolo ambivalente: es refugio y condena, es descanso y despedida.
La tensión entre estos dos elementos, aparentemente inconexos, genera un diálogo inquietante en el que la existencia se debate entre la sumisión y la disolución, entre la resistencia y la entrega. "HISTORIAS MÍNIMAS" nos obliga a reflexionar sobre los espacios intermedios en los que la vida deambula, atrapada entre la imposición de fuerzas externas y la fragilidad de su propia naturaleza. La elección del formato pequeño refuerza la idea de lo íntimo, de lo personal, como si cada historia contenida en este díptico fuera de una narración breve pero intensa sobre la condición humana.
En el contexto de la exposición "Unidad Mínima", esta obra resulta como una exploración del límite mismo de la existencia, de esos puntos en los que la vida se pliega sobre sí misma y se enfrenta a sus propias contradicciones. ¿Dónde se encuentra la verdadera libertad? ¿En la resistencia al control o en la entrega a la disolución? "HISTORIAS MÍNIMAS" no ofrece respuestas, pero plantea preguntas urgentes y universales que resuenan en la memoria y en la experiencia de cada espectador.


