Título: ESCENARIO VULNERABLE
Año: 2019
Producción: Intervención en el espacio con diferentes
soportes entre los que se encuentran material médico, fotografía, vídeo
(entrevista a médico), asiento con auriculares y elementos en acrílico.
El cuerpo
humano reproduce exactamente y engloba el cosmos en su integridad, siendo a la
vez él mismo un elemento. El cuerpo aparece en el centro del mundo como el más
precioso de lo seres, y forma, junto con el cielo y la tierra, una triada que
resume el universo bajo su aspecto uno y múltiple.
El hombre
olvida su origen celeste en el nacimiento. Lejos de elevar al hombre al rango
de divinidad al cual está destinado, el cuerpo lo rebaja al grado de corrupción
y basura que implica la pérdida de la divino. El cuerpo mortal del ser humano
no es más que una morada donde vive el hombre, morada que está poblada
cadáveres (gusanos malignos). Sólo al expulsarlos el cuerpo fisiológico se
convierte en cuerpo espiritual.
El cuerpo
humano sufre una continua degeneración. El objeto de la medicina es detener ese
flujo desestabilizador del cuerpo y purificarlo.
Cada uno de
los cinco elementos materiales que componen el mundo está relacionado con uno
de los cinco sentidos: la tierra con el olfato, el agua con el gusto, el viento
con el tacto, el fuego con la vista y el cielo con el oído. Como el cuerpo
contiene el cosmos, su destrucción por el fuego y el agua es una repetición del
incendio e inundación de universo al final de los tiempos y un preludio de su
regeneración.
En cierto
sentido, nada se pierde totalmente con la muerte; los cinco elementos vuelven
al fondo común para ser utilizados de nuevo.
El cuerpo
es presentado por Foucault como una metáfora de la encarnación del poder; una
materialidad que actúa como fuente y objeto del poder, tanto si se expresa
política, sexual, judicial o discursivamente. El trabajo de Foucault se centra
en el análisis de la forma y el desarrollo del poder que actualiza las
prácticas disciplinarias, las normas y los conocimientos.
La salud,
la prosperidad y la productividad de los cuerpos se convierten en el núcleo del
poder. El cuerpo social se transforma en el motor del poder para producir y
acumular.
Si el
cuerpo se convierte en una máquina escaparía a la precariedad de su existencia,
la muerte ya no tendría lugar y sus piezas se irían cambiando, adaptando o
modificando según las necesidades. Un hombre nuevo, construido con diferentes
piezas, el mito de Frankenstein puesto al día.
El avance
de todo una industria alrededor de las prótesis, si bien lejos de solucionar
problemas funcionales de los órganos, sí que acceden a mercantilizar la acción
de sustituir articulaciones, tejidos blandos y fabricar huesos.
Posiblemente,
detrás de todos estos avances y la
manera de plantear la salud del ser humano, encontremos uno de los elementos
básicos sobre los que reposa la medicina occidental la negación absoluta de la
muerte, el alejamiento de los límites de la vida. El cuerpo es una máquina que
hay que vigilar, controlar e impedir que se estropee y, donde el técnico (el
médico) cual mago supremo, decide hasta cuándo puede durar esa existencia. La
medicina se olvida así de la persona y con esas prácticas más que prolongar la
vida, lo que hace es instaurar la muerte en vida.
La
persona, el enfermo, se ha convertido en un resto, en un cadáver entubado y
controlado mecánicamente. Como un complicado juego de rompecabezas el ser
humano es construido y mantenido en funcionamiento por un saber médico
tecnificado que ignora, en aras de unas leyes mecánicas generales, el aspecto
imaginario, simbólico y de experiencia personal de cada individuo. La condición
del hombre es corporal. Nacemos enfermos con la condición de padecer el cuerpo.