jueves, 18 de abril de 2019

Participación en la exposición colectiva COMUNIDAD EN TRATAMIENTO INTENSIVO. Museo Nahín Isaías. Guayaquil. Ecuador















Título: ESCENARIO VULNERABLE


Año: 2019

Producción: Intervención en el espacio con diferentes soportes entre los que se encuentran material médico, fotografía, vídeo (entrevista a médico), asiento con auriculares y elementos en acrílico.


El cuerpo humano reproduce exactamente y engloba el cosmos en su integridad, siendo a la vez él mismo un elemento. El cuerpo aparece en el centro del mundo como el más precioso de lo seres, y forma, junto con el cielo y la tierra, una triada que resume el universo bajo su aspecto uno y múltiple.

El hombre olvida su origen celeste en el nacimiento. Lejos de elevar al hombre al rango de divinidad al cual está destinado, el cuerpo lo rebaja al grado de corrupción y basura que implica la pérdida de la divino. El cuerpo mortal del ser humano no es más que una morada donde vive el hombre, morada que está poblada cadáveres (gusanos malignos). Sólo al expulsarlos el cuerpo fisiológico se convierte en cuerpo espiritual.

El cuerpo humano sufre una continua degeneración. El objeto de la medicina es detener ese flujo desestabilizador del cuerpo y purificarlo.

Cada uno de los cinco elementos materiales que componen el mundo está relacionado con uno de los cinco sentidos: la tierra con el olfato, el agua con el gusto, el viento con el tacto, el fuego con la vista y el cielo con el oído. Como el cuerpo contiene el cosmos, su destrucción por el fuego y el agua es una repetición del incendio e inundación de universo al final de los tiempos y un preludio de su regeneración.

En cierto sentido, nada se pierde totalmente con la muerte; los cinco elementos vuelven al fondo común para ser utilizados de nuevo.

El cuerpo es presentado por Foucault como una metáfora de la encarnación del poder; una materialidad que actúa como fuente y objeto del poder, tanto si se expresa política, sexual, judicial o discursivamente. El trabajo de Foucault se centra en el análisis de la forma y el desarrollo del poder que actualiza las prácticas disciplinarias, las normas y los conocimientos.

La salud, la prosperidad y la productividad de los cuerpos se convierten en el núcleo del poder. El cuerpo social se transforma en el motor del poder para producir y acumular.

Si el cuerpo se convierte en una máquina escaparía a la precariedad de su existencia, la muerte ya no tendría lugar y sus piezas se irían cambiando, adaptando o modificando según las necesidades. Un hombre nuevo, construido con diferentes piezas, el mito de Frankenstein puesto al día.

El avance de todo una industria alrededor de las prótesis, si bien lejos de solucionar problemas funcionales de los órganos, sí que acceden a mercantilizar la acción de sustituir articulaciones, tejidos blandos y fabricar huesos.

Posiblemente, detrás de todos  estos avances y la manera de plantear la salud del ser humano, encontremos uno de los elementos básicos sobre los que reposa la medicina occidental la negación absoluta de la muerte, el alejamiento de los límites de la vida. El cuerpo es una máquina que hay que vigilar, controlar e impedir que se estropee y, donde el técnico (el médico) cual mago supremo, decide hasta cuándo puede durar esa existencia. La medicina se olvida así de la persona y con esas prácticas más que prolongar la vida, lo que hace es instaurar la muerte en vida.

La persona, el enfermo, se ha convertido en un resto, en un cadáver entubado y controlado mecánicamente. Como un complicado juego de rompecabezas el ser humano es construido y mantenido en funcionamiento por un saber médico tecnificado que ignora, en aras de unas leyes mecánicas generales, el aspecto imaginario, simbólico y de experiencia personal de cada individuo. La condición del hombre es corporal. Nacemos enfermos con la condición de padecer el cuerpo.